Evitar el motín infantil a bordo de la mesa familiar es difícil. Los niños no siempre se conforman con la comida que toca, y sus protestas pueden subir de tono hasta convertir el hogar en una olla a presión. Por suerte, la psicologíafunciona y, aunque hay que armarse de paciencia y planificar a largo plazo, es posible conseguir desactivar las rabietas y, de paso, enseñar a los hijos a seguir una dieta saludable.
No hace falta gritar, pero sí conocer algunas técnicas para corregir los comportamientos inaceptables. Es lo que afirman los profesionales que han compartido con BuenaVida las pautas más efectivas para educar modélicos comensales.
Cuidado con la comida prohibida, es la más deseada
Condenar al ostracismo a los alimentos señalados como perjudiciales es una decisión que no debe tomarse a la ligera. «La comida tiene un punto de adicción basado en la recompensa: cuanto más me prohíben algo que otros disfrutan, más lo deseo, y cuando obtengo eso que me prohíben, me engancho», explica la psicóloga infantil Bárbara Zapico. Es un problema serio, pues cada vez es más frecuente que las familias opten por excluir opciones que no pasan su control de calidad, añade Zapico.
Según un estudio de la Universidad de Sheffield, en Reino Unido, estas prácticas están relacionadas con problemas de obesidad y trastornos de la alimentación en la edad adulta. El razonamiento es que la prohibición impide a los niños aprender a convivir con comida que, por muy mala que sea, van a encontrarse a lo largo de la vida.
«Llevar las restricciones al extremo, no permitir elegir en ninguna circunstancia, puede ser contraproducente a largo plazo porque impide consolidar una buena relación con los alimentos saludables. El enfoque educativo debería ser basar la dieta en frutas, verduras, legumbres, carnes y pescados, y conceder el menor espacio posible a los alimentos superfluos, pero no buscar una restricción total», explica Teresa Ureta, dietista y nutricionista de la Academia Española de Nutrición y Dietética.
Si no aprendes de pequeño, será peor de mayor
Sí, los horarios de trabajo interminables ponen las cosas difíciles y la cena puede convertirse en un momento de pataletas y rabietas. Y sí, es verdaderamente frustrante; pero la respuesta no puede ser abrir un paquete de salchichas o de natillas para que el niño se calle. «Si las familias no ponen normas y límites en la alimentación, transmiten el mensaje a sus hijos de que pueden hacer lo que les dé la gana», advierte la psicóloga infantil Bárbara Zapico.
Por mucho que practiques la escucha activa, un método para aplacar berrinches que ha llegado hasta la educación de la realeza británica,convencer a los pequeños de que elijan la ensalada es un reto mayúsculo. «Hay multitud de estudios señalan que los ultraprocesados están diseñados para que nos gusten», apunta la nutricionista Teresa Ureta. Llevar a tu terreno a los elementos discrepantes puede ser cuestión de ceder, pero tratando de hacer comprender al ofuscado comensal que solo lo harás en terrenos saludables.
«Es una buena medida siempre que se centre una dieta variada formada por verduras, frutas, legumbres, pescados, carnes y en unas cantidades adecuadas», comenta Ureta. Este enfoque, además de ahorrar unas cuantas quejas de los churumbeles más protestones, ha sido sometido a estudio por la Asociación Americana de Pediatría, que lo vincula con un menor riesgo de desarrollar obesidad en la etapa adulta.
Ni platos limpios ni a mesa puesta
La mesura en el comer, da más vida que placer. Si este refrán existiera, recogería el punto de vista desde el que actualmente miramos a los alimentos: nos encanta el sabor, la exageración vende y, si vivimos en una ciudad mediana, podemos disfrutar de un banquete instantáneo, a cualquier hora del día… Pero comer poco está de moda. La promesa de vivir cien años y evitar todo tipo de enfermedades alimenta el interés en dietas como la del ayuno intermitente, probablemente la dieta que más ha triunfado en 2018. Si valoramos tanto la mesura, ¿por qué insistimos en que los niños no deben dejar nada en el plato?
Para la nutricionista Teresa Ureta, lo de dejar la vajilla limpia «es una idea peligrosa», ya que es importante prestar atención al sistema por el que el organismo regula las sensaciones de hambre y saciedad. «Identificar el hambre física, y saber distinguirla de la emocional o rutinaria, es primordial para regular la cantidad de alimentos que ingerimos«, apunta.
Implicar a los niños en la cocina también es una forma de ganar puntos, y los cursos de cocina infantiles son un educativo momento de ocio. Eso sí, según Ureta, «son útiles siempre y cuando se basen en alimentación saludable». O sea, que nada de aprender a hacer cupcakes, esferificaciones o experimentos con nitrógeno líquido. De paso, los padres pueden aprovechar para explicar que cocinar conlleva un esfuerzo que hay que respetar, o para descubrir a sus hijos la cocina de la abuela, que ahora vuelve a ponerse de moda.
Otra idea a desterrar es la de dejar para la cena lo que el niño no ha querido para comer, así como la de utilizar la comida como premio o castigo. Los especialistas interpretan estos métodos como un tira y afloja multiplicador de conflictos, y recomiendan, en su lugar, aprovechar la maravillosa creatividad humana: los libros de recetas infantiles, que acercan la comida a través de cuentos y que proponen emplatados temáticos para los niños, son una opción interesante. Si tus hijos te dicen que son una tontería, diles que lo haces porque les quieres (y no te eches atrás: también es por tu bien).