Los años ochenta, o mejor dicho su de interpretación mercantilizable y nostálgica, se encuentran por todos lados. En la TV con súper series como Glow o Stranger Things, en el cine como películas como Yo fui EGB y The Time of My Life, en juegos de consolas como Osteopath Traveler y Crossing Souls, la música con el regreso de los discos de vinilo y la utilización de los sintetizadores, los comercios de ropas con sus camisetas icónicas de aquella época y demás bandas musicales, las apps móviles con sus filtros para fotografías que mimetizan la estética de las cámaras Polaroid y la textura de aquellas antiguas cintas VHS, entre otros, y si vamos a extendernos un poco más hasta en la mismísima Casa Blanca… ¿No pareciera que Donald Trump fuera un relanzamiento al mejor estilo de Hollywood de aquella época Reagan?
Este fenómeno que se fue popularizando debido a las repercusiones de la cinta de Súper 8 por J.J. Abrams en el 2011 ha seguido extendiéndose si una aparente fecha de culminación. Esta idea colectiva de eras pretéritas no es un fenómeno nuevo. La Belle Epoque de 1871 a 1914 o los «alegres años veinte» del pasado siglo fueron muy recordados en posteriores décadas. Los movimientos nacionalistas exaltaron todo el pasado de sus correspondientes países. La cultura y el arte grecorromano se recuperaron durante el Clasicismo, el Renacimiento o el Neoclasicismo. No obstante, ¿Por qué la época de los ochenta ha tenido tanto éxito en su recuperación? ¿Por qué no ocurrió lo mismo con los noventa o con los setenta?
Se han expuesto múltiples explicaciones. Una de estas se basa en que los infantes de la década de los ochenta son los que actualmente pertenecen a las esferas de poder y han tenido la capacidad de convertir en mercancía rentable todos los productos culturales y la estética de sus años de infancia. Otra de ellas es que estos mismos pequeños son actualmente los consumidores de edad media que disponen de cierta inclinación por dejarse conquistar por la nostalgia. Una última explicación dicta de una manera de resistencia fetichista, algo como un intento de reivindicar, por medio de artículos de consumo, una década que se percibía como más estable, sencilla y auténtica.
Justamente en este punto ingresaría la nostalgia falta. Esto hace referencia a jóvenes que han nacido en los años noventa y se sienten muy cómodos y atraídos por la estética y los artículos de una década que denominan «pretecnológica», una década algo reciente y, por ende, muy identificable, pero en la que no llegaron a existir los teléfonos inteligentes ni el internet. Sin embargo, la explicación que debería ser de nuestro interés total es la histórica.
Cuando nombramos la década de los ochenta pensamos en el estilo de vida americano
Una posible respuesta de por qué estos años nos resultan tan fascinantes es debido a que, entendidos como un producto cultural, «fueron hechos» precisamente para esto, para atraer. Cuando nombramos estos años enseguida pensamos en los Estados Unidos. En la ideología y el estilo de vida que sus películas, vídeos musicales, propagandas, y series nos transmitían. Un universo estructurado fundamentalmente por grupos familiares de clase media con raíces anglosajonas, alegres, prósperas y optimistas.
Se debe tener en consideración que cuando, en el año 1981, El ex presidente Reagan tomó el poder, coló en marcha uno de los mayores programas de rearme visto desde la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus principales proyectos fue la Defensa Estratégica, la cual incluía la elaboración de escudos antimisiles. Este proyecto resultó tan ambicioso que se bautizó con el icono de la ficción de aquella época, Star Wars. El mandatario también impulsó la conocida «Doctrina Reagan«, una táctica de política exterior que tenía como finalidad atacar las influencias soviéticas en las naciones africanas, asiáticas y latinoamericanas. En este combate ideológico, los artículos culturales fueron protagonistas de un momento importante para la historia contemporánea.
Los mismos servicios secretos americanos como la famosa central de inteligencia (CIA) destinó una gran cantidad de recursos en pro de desarrollar programas de fomento a la propaganda cultural durante la época de la Guerra Fría.
Su propósito fue el de promover diversas actividades culturales que se mantuvieran en sintonía con los valores y la ética de las que para aquel momento se consideraban como democracias capitalistas. Luego de una década de «tranquilidad», el combate contra la Unión Soviética se calentó durante los años ochenta. El gobierno americano volvió a sus discursos amenazantes contra los soviéticos para poder justificar un incremento en los gastos e inversiones militares y a su vez alentar la ideología anticomunista.
Los «alegres» años ochenta
¿Cómo afectó esta modificación de caminos políticos a los artículos culturales? Salvo en cuanto a las películas que disponían de un explícito mensaje nacionalista como en el caso de Rambo, Elegidos para la gloria o Top Gun, las cuales el Departamento de Defensa les otorgó apoyo material, logístico y hasta de forma indirecta ideológico, el gobierno americano no intervino de forma directo en lo que se refiere a los artículos de la industria de la farándula y el entretenimiento.
No obstante, esta sensación conservadora impregnó aquellos discursos narrativos y audiovisuales de todas las ficciones que fueron producidas en los Estados Unidos. Aquel convento antiguo de blockbuster fue consolidado en aquella época. El cine evasivo de Hollywood, presidido en su mayoría por los jóvenes, monopolizó casi todo el mercado y pudo exportarse hacia otras naciones con un rotundo éxito.
Esto fue ocasionado también por las innovaciones tecnológicas. Gracias a la integración de la tv en una gran parte del planeta, la puesta en escena de reproductores de vídeo y el boom de los videojuegos y las consolas, los artículos audiovisuales manufacturados por empresas americanos se incorporaron en el mercado para más tarde forma parte de los hogares de la mitad del mundo. Una niña o un niño de los años ochenta de una nación capitalista podía experimentar un simulacro del estilo de vida americano, es decir, desayunar cereales, ir a su escuela con pantalones de tipo vaquero escuchando el clásico pop americano en su codiciado walkman, luego comerse una hamburguesa con queso en cualquier establecimiento de comida chatarra… Son muchos los ejemplos que se pudieran citar.
Tensión en la vida real
El alto consumo de estos artículos tan populares creó una imaginación global que posteriormente se convirtió en una memoria sentimental. Entre los años de 1983 y 1984, cuando se encuentra ambientada la famosa serie de Stranger Things, dos epidemias muy distintas, el crack y el SIDA, se encontraban haciendo estragos en lo más profundo e interior de la sociedad americana. Los combates entre Irak e Irán se encontraban en su apogeo pleno. El presidente Reagan inició las pruebas nucleares… A ciencia cierta no era un mundo tan feliz y pacífico como el que se tiende a recordar.
No obstante, el que era percibido desde los Estados Unidos y que, como sociedad, hemos querido anexar a nuestra memoria afectiva colectiva, nos dice todo lo contrario. Y, a juzgar por el gigantesco éxito de sus evocaciones nostálgicas del mundo actual, echamos mucho de menos esta década.