La pasada Nochebuena el volcán Etna entró en erupción. En la mañana del 27, un terremoto de magnitud 4,8 sacudía la isla de Sicilia, provocando decenas de heridos e importantes daños, entre ellos la destrucción de la estatua de Sant’Emidio, santo protector contra los terremotos.
Coincidiendo con esta actividad del Etna, el volcán Stromboli se ha puesto a rugir, entrando en erupción en los últimos dos días. El pasado 22, mientras en España cantaban los premios de la lotería, un tsunami arrasaba el estrecho de Sunda, en Indonesia, con mas de 400 víctimas y 1.500 heridos . La causa más probable fue una erupción en el volcán Anak Krakatau, un pequeño volcán muy activo surgido de las ruinas del famoso volcán Krakatoa, que explotó en 1883.
Olas gigantes, temblores de tierra y volcanes expulsando lava, todo ello en unos pocos días de diciembre, y en medio de un clima (sin ánimo de hacer un chiste) de preocupación creciente por las consecuencias a corto plazo del calentamiento global. Solo falta un eclipse total para darle el toque de espectacularidad.
Si esto fuera una película americana de desastres naturales, todos estos fenómenos serían señales premonitorias del inminente fin del mundo, causado por alguna alteración en el núcleo de la tierra, una tormenta solar, o más prosaicamente, una profecía maya o egipcia. En definitiva, los desastres estarían conectados.
Sin embargo, como ocurre habitualmente en ciencia, la correlación no indica una relación de causa-efecto. Resulta fácil comprender que las erupciones en Sicilia no tienen nada que ver con la de Indonesia, en el otro lado del mundo. Recordemos que la actividad volcánica está causada directamente por los movimientos de las placas tectónicas.
El suelo que pisamos, incluyendo el fondo de los océanos, está formado por 17 inmensas placas de roca sólida que flotan sobre un manto de roca fundida, moviéndose a cámara lenta y provocando la deriva de los continentes a lo largo de millones de años. A veces estas placas se separan, como ocurre en Kenia, donde este año apareció una grieta de varios kilómetros de extensión, en una zona en la que el continente africano se está literalmente partiendo en dos.
En otras zonas las placas chocan, y en ocasiones una se sumerge bajo la otra, formando fallas. Los ajustes violentos entre las placas, sometidas a inmensas presiones, producen temblores de tierra, y en ocasiones estas fracturas dejan escapar el magma del interior: los volcanes. No es de extrañar que las zonas de mayor actividad sísmica coincidan con las erupciones: Japón, el sudeste asiático, centroamérica, y también Sicilia. En este mapa se pueden ver las erupciones (triángulos) y los terremotos (círculos) a lo largo de las líneas entre las placas.
Etna se encuentra precisamente sobre una importante falla en el Mediterráneo. Algunos medios se han apresurado a afirmar que la erupción del Stromboli fue causada por la del Etna, y que los dos volcanes están “conectados”. Sin embargo esta hipótesis de la hermandad entre los dos volcanes, que tiene al menos 2000 años de antigüedad, no ha podido probarse.
Un estudio de 2008 analizó las erupciones registradas de el Etna, Stromboli y Vulcano, y solo se pudo encontrar una coincidencia ligeramente más frecuente que lo que abría esperar por el azar, especialmente entre la pareja Stromboli-Vulcano. Se trata de los volcanes más activos de Europa, especialmente el Stromboli, y sabemos que así ha sido desde la antigüedad. Es normal que coincidan.
Entre los vulcanólogos no se considera probable una conexión, ya que se trata de dos volcanes muy diferentes. El Etna se encuentra en Sicilia sobre una falla, mientras que el Stromboli está en el arco del Tirreno, sobre una isla. Tampoco son parecidos; el Stromboli da nombre a un tipo de volcanes denominados estrombolianos, que se caracterizan por explosiones que arrojan bombas volcánicas y ceniza. El Etna es más voluble, a veces explosivo y a veces efusivo, con coladas de lava.
En cualquier caso, ¿hay más actividad volcánica en los últimos tiempos? Hace apenas un año el monte Agung en Bali entró en erupción, obligando a cerrar el aeropuerto. En verano el Kiauea en Hawai comenzó a expulsar lava, un poco más tarde le tocó al Fuego en Guatemala. En este momento hay unos 15 volcanes activos en el mundo. Sin embargo, esta es una cifra perfectamente normal en términos históricos. Quizá ahora haya una mayor presencia en los medios de estos fenómenos, y las imágenes se comparten a toda velocidad en redes sociales.
Por último, ¿existe alguna relación entre el cambio climático y las erupciones volcánicas? Para empezar, se sabe que las erupciones especialmente catastróficas pueden alterar el clima, ya que expulsan toneladas de polvo, roca y cenizas a la atmósfera, que bloquean la radiación solar y provocan un enfriamiento. Se asume que la erupción del volcán Tambora en Indonesia en 1815 provocó un durísimo invierno en 1816 con heladas en toda Europa. Aunque también expulsan gases de efecto invernadero, la cantidad es pequeña para que tenga un efecto en el calentamiento global.
Sin embargo, algunos científicos están intentando encontrar pruebas de la relación inversa: que el calentamiento global de origen humano sea la causa de un incremento en las erupciones volcánicas. La causa son los glaciares, que actúan suprimiendo en parte las erupciones.
En un estudio reciente se comprobó que en los periodos geológicos en los que se derritieron los glaciares, aumentó la actividad volcánica. No obstante, estos efectos se produjeron a lo largo de cientos de años, y por ciclos naturales de calentamiento y enfriamiento global. El cambio climático actual está en efecto haciendo que los glaciares se retiren en unas pocas décadas, pero no es que los hielos dejan paso a la lava, y ciertamente, no en los casos de Sicilia e Indonesia.
El planeta es frágil y un pequeño cambio en los sistemas actuales puede provocar una extinción masiva, en concreto la nuestra. Pero si en efecto se acerca el fin del mundo, parece que al menos no serán los volcanes los que nos eliminen.