En medio de las grandes transformaciones tecnológicas de las últimas décadas, el hype en torno a la inteligencia artificial (IA) ha alcanzado nuevas cotas. Mientras que algunos ven grandes oportunidades por delante, otros, como Stephen Hawkins, Bill Gates, Peter Thiel y Elon Musk, advierten sobre un futuro en el que la IA se impondrá, sumiendo a la humanidad en una batalla laboral y existencial desesperada contra las máquinas. Como era de esperar, la narrativa sobre el desempleo universal causado por la tecnología (John Maynard Keynes la llamó desempleo tecnológico) ha surgido una vez más, como ya lo hizo en pasadas revoluciones industriales. Yuval Noah Harari, historiador y autor de “Homo Deus: Una breve historia del mañana”, incluso prevé una nueva “clase inútil”, compuesta por “personas que no sólo están desempleadas, sino que son inempleables”.
Mientras tanto, algunos ven el lado positivo. A lo largo de la historia, los avances tecnológicos han demostrado que la sociedad humana es asombrosamente capaz de adaptarse a los cambios. Cuando la fuerza muscular bruta fue reemplazada por bueyes, asnos y caballos, nuestra destreza adquirió mayor importancia en nuestro día a día. Después de la invención de máquinas de producción avanzadas, nuestras habilidades intelectuales nos mantuvieron relevantes. En general, los antiguos puestos de trabajo fueron simplemente sustituidos por nuevos puestos de trabajo. ¿Es el desempleo universal, por lo tanto, nada más que una invención?
A medida que la IA margina cada vez más nuestro intelecto, Harari y muchos otros autores, creen que esta vez podría ser diferente. Estos intelectuales pintan un cuadro futuro escalofriante, con puestos de trabajo caracterizados por una competencia despiadada entre humanos y máquinas. Creo que esta narrativa es errónea, ya que presupone que la cognición humana sigue siendo medida por las mismas dimensiones cognitivas que las máquinas, lo que a su vez afecta a la forma en que diseñamos nuestros trabajos y lugares de trabajo.
Por lo tanto, este artículo busca una narrativa diferente sobre un futuro de trabajo impulsado por la IA. En lo que sigue, sostengo que necesitamos dar un paso atrás y reconocer el potencial de nuestras capacidades humanas innatas y únicas como seres sociales y emocionales.
Quiero mostrar que esto nos permitirá repensar nuestra relación con las máquinas y nuestros trabajos hacia un futuro en el que los humanos sobresalgan en una relación colaborativa y simbiótica con máquinas inteligentes, que no reemplacen, sino que complementen y amplifiquen nuestras habilidades, y viceversa. Esto, a su vez, no sólo nos hará económicamente indispensables, sino que también llenará nuestros puestos de trabajo de propósito, de modo que ya no trataremos el trabajo como un medio para alcanzar un fin, sino como un fin en sí mismo. Creo que esta nueva narrativa es fundamental para hacer realidad las oportunidades a largo plazo de la IA en beneficio de los individuos, las organizaciones y nuestra especie.
Repensando nuestra relación con las máquinas
A raíz del creciente impacto de la IA en el empleo, muchos predicen que la trayectoria hacia un futuro sin empleo humano continuará creciendo. A pesar de que la IA y la automatización (aproximadamente la mitad del empleo total en países desarrollados) amenazan los puestos de trabajo físicos y mal remunerados en entornos estructurados y predecibles, inevitablemente se crearán más puestos de trabajo.
Esta proyección, sin embargo, presupone que los seres humanos y las máquinas (es decir, las computadoras) seguirán compitiendo en las mismas dimensiones cognitivas que lo han hecho hasta ahora: pensamiento racional, procesos intensivos y basados en reglas claras. Asume además que somos criaturas que calculan el mundo a través de una mentalidad racional, un paradigma que ha sido reforzado por los economistas modernos. Establecimos la mente racional como clave en nuestra cultura y la proclamamos como uno de los grandes logros de la civilización occidental.
Así, en un intento de potenciar las capacidades cognitivas humanas, inventamos máquinas para extender a este fiel servidor. Steve Jobs llamó a estas máquinas “las bicicletas de la mente”, jugando en la narrativa de las computadoras siendo una poderosa extensión de nuestra mente racional.
Aunque esta fue una analogía convincente para la relación hombre-máquina hace 37 años, las computadoras están ahora a punto de hacer que la mente humana sea redundante. Lo que antes se percibía como una extensión, ahora se está convirtiendo en una competencia en factores de coste y eficiencia. Por ello, sólo se contratan trabajadores humanos si son más baratos que las máquinas.
Y sin embargo, durante todos estos años, no nos hemos dado cuenta de que esta competencia no aprovecha todo el potencial del intelecto humano. Almacenar y analizar datos, reconocer patrones de datos, recopilar y calcular grandes cantidades de información de la forma más rápida y eficiente posible, realizando tareas altamente especializadas y repetitivas en un entorno estructurado… La eficiencia de la máquina y la potencia de procesamiento no es lo que nos hace humanos. Más bien, es nuestra comprensión de la cultura, los valores, la moral, la intuición, la empatía, la creatividad y la irracionalidad lo que nos hace tan bellas criaturas y ha ayudado a que nuestra especie prospere. Así, a pesar de ser representados como pensadores racionales, somos, ante todo, criaturas emocionales y sociales.
Reconocer esto nos ayuda a darnos cuenta de que los seres humanos y las máquinas no compiten en absoluto. La comparación de Steve Jobs es significativa, ya que describió una relación de colaboración, de complementariedad y amplificación entre el ser humano y la máquina. Ya hoy en día, la colaboración hombre-máquina es cada vez más exitosa. Por ejemplo, Garry Kasparov, gran maestro de ajedrez y campeón del mundo, afirma que juega mejor cuando colabora con un ordenador. En las fábricas de Siemens, los seres humanos ya trabajan junto a máquinas inteligentes, una configuración que McKinsey & Company considera clave para el crecimiento futuro. El profesor Philipp Theisohn, investigador de ciencia ficción y jefe del Departamento de Estudios Alemanes de la Universidad de Zurich, dice que una fusión de humanos y máquinas finalmente nos completaría, ya que podría contrarrestar nuestro pensamiento emocional.
Por lo tanto, imaginando el futuro del trabajo, creo que no sería aconsejable que nos defendiéramos. Necesitamos redescubrir que somos más humanos. Para ello, será absolutamente esencial crear puestos de trabajo que permitan esta delicada interacción entre humanos y máquinas, explotando todo el potencial de nuestra especie.
Un ejemplo: El trabajo de un futuro consultor
Tomemos como ejemplo el futuro trabajo de un consultor y analicémoslo desde tres perspectivas diferentes: “Pensar”, “actuar” y “sentir”.
Mucho de lo que los consultores del pasado invirtieron en su “pensamiento” giraba en torno al análisis de datos, la construcción de modelos basados en datos, la estructuración de la información, la realización de investigaciones, la adquisición de conocimientos y la coordinación de tareas de gestión. Imaginemos que en el futuro la mayor parte de las tareas anteriores las puede hacer un asistente personal, Frodo, una máquina inteligente. Frodo además puede hablar y comprender chistes, no porque entienda el humor, sino porque ha aprendido que son divertidos. Como otros robots inteligentes, Frodo nunca se cansa y es indiferente al reconocimiento, la tristeza o la alegría. Además, como todas las máquinas, se atiene a reglas claras: la “declaración de inteligencia de la máquina”, como se la denomina, un código de conducta interno para las máquinas. Entonces, ¿qué puede hacer el consultor humano?
Deberá enfocarse en la elaboración de estrategias, en la resolución de problemas, en toma de decisiones y en el trabajo creativo. Afortunadamente, nuestra capacidad de pensar irracionalmente nos da a los humanos una ventaja en creatividad frente a las máquinas. Nos permite participar en lo que Schumpeter llama “destrucción creativa”, un ingrediente clave para el proceso creativo. En general, se trata de cosas inciertas, complejas y ambiguas que requieren un juicio intuitivo y una conciencia emocional y contextual. Una conexión del cerebro a la nube a través de un “enlace neuronal” le permite al consultor humano acceder instantáneamente a toda la información contextual relevante para llevar a cabo estos juicios. Después, se desconecta de nuevo su mente, literalmente, y Frodo documenta y archiva los resultados. Además, a la hora de decidir, puede consultar también a Frodo, que le puede dar consejos imparciales basados en grandes cantidades de datos y predecir las consecuencias de sus decisiones con probabilidades. Al familiarizarse con su manera de pensar, le recuerda los prejuicios y las falacias lógicas a lo largo del camino de razonamiento. Esto puede ser útil especialmente cuando las decisiones conciernen a personas.
Aproximadamente el 70% del tiempo de las consultas en el trabajo se dedican a la “actuación”. Específicamente, colaborar con los compañeros de trabajo, tratar con los clientes y participar en conversaciones. Como los humanos poseemos una gran intuición, aunque al principio nuestras ideas puedan parecer irracionales, gran parte de nuestra colaboración humana gira en torno a descubrir y nutrir estas ideas. En las reuniones (sí, todavía existen), las máquinas inteligentes pueden evaluar objetivamente los problemas del pasado y presentar breves sesiones informativas para que todos estén alineados. Esta evaluación racional, respaldada por varios conjuntos de datos, suele ayudar a evitar discusiones acaloradas coloreadas por nuestros valores u opiniones personales.
La tercera perspectiva, “sentir”, es ser empático y compasivo, una de nuestras habilidades innatas más importantes. Para mejorarlo aún más, el “vínculo neural” permitirá a los compañeros de trabajo conectar sus cerebros y observar una “imagen” no sesgada de los pensamientos del otro, algo que una máquina racional no podría comprender. Les permite comunicarse de manera mucho más efectiva, ya que evita la pérdida de información que ocurre cuando se traducen los pensamientos al idioma. Además, gafas o lentillas inteligentes permitirían evaluar las expresiones faciales de las personas con las que se encuentran los compañeros de trabajo, para identificar los estados de ánimo y el comportamiento esperado. Frodo rechaza todo esto. De hecho, no comprende los sentimientos en absoluto.Y lo que es más importante, la mayoría de las personas de esa empresa y de nuestra sociedad tienen ahora un trabajo resuelto, lleno de actividades sociales y de colaboración y de logros alentadores. Las personas que alguna vez se dedicaron a profesiones repetitivas y sin alma ahora pueden prosperar en esfuerzos sociales y benevolentes dentro de su comunidad, lo que exige una gran cantidad de humanidad. De repente, en lugar de trabajar para vivir, viviremos para trabajar. Al igual que nuestra existencia, nuestros trabajos se convertirán finalmente en el fin en sí mismos y nos permiten ser humanos, una vez más.
Hacia una nueva narrativa para un nuevo mundo
Es de poca utilidad predecir el futuro, a pesar de los presuntuosos y evocadores ejemplos de este artículo. En su lugar, tenemos que empezar a crearlo deliberadamente. Los economistas lo llaman “dependencia del camino”. El resultado de nuestro futuro dependerá del camino que tomemos. Por lo tanto, necesitamos una nueva narrativa que cambie nuestro enfoque de la colaboración humano-máquina, de la complementación y amplificación de las habilidades humanas innatas, de la competencia a la colaboración y del trabajo como un fin en sí mismo. Tendremos que repensar la educación, nuestros lugares de trabajo, la distribución del ingreso y la riqueza y el debate sobre lo que realmente crea valor para nuestra sociedad.
Durante la primera revolución industrial empezamos a crear trabajos especializados y repetitivos, con el objetivo de lograr la eficiencia de las máquinas. Mirando hacia el futuro, sólo tendremos éxito si creamos puestos de trabajo que se basen en nuestras capacidades innatas y únicas, formadas a lo largo de tres millones de años de evolución. Si lo hacemos, los futuros empleos y las organizaciones podrán prosperar gracias a las relaciones intencionadas entre personas y a la colaboración entre humanos y máquinas, combinando nuestras habilidades únicas, como son la intuición, la inteligencia emocional y la empatía, la creatividad y la conciencia contextual con la inteligencia de la máquina racional. Al ser diferentes de las máquinas, obtendremos una ventaja sostenible en el tiempo y ampliaremos el pastel para repartir entre máquinas y seres humanos.