La tierra y el silencio se tragaron a Dionisio Aretxabala Ulaziabajo el 19 de abril de 1939. “Suicidio por ahorcamiento”, fue la escueta explicación oficial que recibió la familia de este marino vasco desde Cádiz, donde el franquismo le encarceló por un motivo desconocido. El cemento sepultó la memoria de Aretxabala en el cementerio gaditano y el mutismo se convirtió en norma inquebrantable en Getxo, donde residían su mujer e hijas. Han tenido que pasar 80 años, una complicada exhumación y una prueba de ADN —de las primeras positivas de represaliados en Andalucía— para que Dionisio pueda volver a casa.
“Esto es el cierre de un paréntesis. Nos permite quedarnos tranquilos, pero nos queda saber la verdad, ¿por qué le detuvieron? ¿Con qué cargos? ¿Cuáles fueron los motivos de su muerte?”, ha comentado Antxon Azkargozta, nieto del represaliado. Él y su hermano Jon han viajado este jueves hasta Cádiz para recoger los restos de su abuelo, después de que fuesen recuperados del clausurado cementerio de San José en abril de 2017. La urna —con los restos óseos y una bolsa con los pocos objetos personales que aparecieron— presidía la mesa del despacho del alcalde en el Ayuntamiento. Allí, el propio José María González Kichi les ha entregado la caja, ante la mirada del retrato del político anarquista y regidor de la ciudad Fermín Salvochea.
Aunque, para llegar a este ceremonioso momento, los Aretxabala han atravesado un difícil camino marcado por “una represión brutal”, como ha rememorado González. Dionisio Aretxabala tenía 43 años cuando, con su muerte, dejó viuda a Teresa y huérfanas a sus tres hijas. De ellas, Isabel, madre de Jon y Antxon, sigue viva con 91 años. En el pequeño municipio de Algorta, en Getxo, ahora espera el regreso de su padre 80 años después de una muerte que aún duele. “La ley del silencio en la familia ha funcionado como algo intocable”, ha reconocido Aretxabala.
Tampoco había mucho que se pudiera contar sin caer en interrogantes que hacían preferir el mutismo autoimpuesto. Maquinista naval embarcado en un buque mercante que hacía labores de cabotaje por la costa española, Aretxabala llegó a Cádiz a principios de 1939. No tenía filiación política y sindical conocida, pero acabó detenido. “Quizás su delito fue no ser franquista”, ha reflexionado el nieto. En dos meses de cautiverio, le dio tiempo a enviar varias cartas a su familia, en las que “no constaba nada” que permitiese aclarar ni su encarcelamiento ni su prematura muerte.
En su expediente no constan tampoco razones algunas. De su fallecimiento, solo un escueto “suicidio por ahorcamiento”, nada más. El cuerpo del maquinista acabó en el patio civil sur del cementerio, en la sepultura número 13, fila primera, lugar cuarto; una suerte de enterramiento vertical bajo tierra en el que los finados, al menos, sí eran localizados por posición. Allí podría haber quedado la historia de Aretxabala. Pero casi ocho décadas después, la Plataforma de Memoria Democrática de Cádiz contacta con la familia para informarle de la localización de su abuelo y la familia solicita exhumarlo.
Obstáculos de todo tipo
Ni siquiera eso fue sencillo. “Ha habido obstáculos de todo tipo. Hemos vivido el proceso a nivel emocional con altibajos”, ha lamentado Azkargozta. La localización de los restos aprobada en 2016 —junto a los de otros 16 represaliados más— debía tardar tres meses, pero “duró seis por la complejidad del enterramiento”, según ha explicado el arqueólogo Jesús Román. En abril de 2017 finalmente aparecen los restos de Dionisio Aretxabala, sepultados bajo una dura capa de hormigón y ferralla.
El paréntesis de la familia se cerró con una prueba genética, realizada en un centro de la Universidad de Granada y coordinada por la Dirección General de Memoria Histórica de la Junta de Andalucía después de que, en 2016, creara un banco de ADN de represaliados. El resultado favorable que confirma la identidad de Aretxabala se ha convertido, además, “en el primer caso de la provincia de Cádiz y uno de los primeros de Andalucía en el que el cotejo de ADN da resultado positivo”, según han confirmado fuentes del Ayuntamiento.
“Nosotros lo hemos conseguido, pero quedan cientos de familias en nuestra situación”, explica Azkargozta, antes de aprovechar para pedir al nuevo Gobierno popular de la Junta que mantenga este tipo de iniciativas. De hecho, pese a “la coyuntura desfavorable a nivel andaluz”, el edil responsable de la concejalía de Memoria Democrática de Cádiz, Martín Vila, ha explicado que el consistorio recogió el pasado miércoles 18 muestras más de ADN de gaditanos que buscan a familiares desaparecidos durante la Guerra Civil y la posterior represión franquista.
Para el maquinista naval vasco esa espera terminó. Ahora, el deseo de su familia es poder enterrarle en Getxo en un acto al que Antxon Azkargozta espera que su madre pueda ir. Los Aretxabala quizás nunca lleguen a conocer toda la verdad sobre la muerte de su padre y abuelo, aunque, para ellos, el mutismo ya terminó. “Una sociedad democrática no se puede construir sobre el silencio”, ha terciado el nieto. Al mediodía de este miércoles, Antxon y Jon, uno con la foto de su antepasado en la mano y otro con la urna en una bolsa, han regresado a su tierra satisfechos. El abuelo Dionisio vuelve a casa.