Al final del largo valle de Valnerina, cerca del pueblo de Marmore en la Umbría italiana, hay una cascada de 165 metros de altura dividida en tres saltos, una de las más altas de Europa.
Una parte del caudal del río Velino, que fluye desde el lago Piediluco, se precipita por la caída para afluir al río Nera. A lo largo de los siglos este agua ha excavado y tallado cuevas con estalactitas y estalagmitas, que también se pueden visitar.
Sin embargo, no es un accidente natural, sino que fue creado artificialmente en tiempos de la República Romana, en el año 271 a.C., para solucionar un problema. Así, se la considera la cascada artificial más alta del mundo.
Resulta que a su paso por la localidad de Rieti el río Velino tropezaba con una serie de macizos calcáreos que hacían que en época de abundantes lluvias el agua quedara embalsada, formando un pantano al que se denominaba, como el río, Lago Velino. Este pantano provocaba inundaciones en las tierras de los agricultores sabinos de Rieti, además de constituir un importante foco de enfermedades.
El cónsul Mario Curio Dentato tomó cartas en el asunto, ante las quejas de los de Rieti, y ordenó la construcción de un canal, el Cavo Curiano, para que las aguas fluyeran hacia el salto natural de Marmore y, desde allí, al Nera que es un afluente del Tíber, conectando así ambas cuencas hidrográficas.
Por desgracia la solución de Curio creó otro problema. Ahora el río Nera llevaba tanta agua que amenazaba con inundar la ciudad de Terni (antigua Interamna), lo que originó una agria disputa entre ambas localidades que se alargó durante más de dos siglos, hasta que finalmente el caso llegó al Senado romano.
Ocurrió en el año 54 a.C. y los abogados de ambas partes se vieron las caras ante los senadores. Rieti contrató los servicios de uno de los más duros letrados de la época, Marco Tulio Cicerón, que acababa de regresar a Roma tras un par de años en el exilio. Los de Terni optaron por Quinto Hortensio Hórtalo, que tenía mala fama por defender habitualmente a acusados de corrupción (y ganar los juicios).
Algunos citan como abogado de los de Terni a Aulo Pompeyo, aunque es más probable que fuera Hortensio. Y es que desde el año 63 a.C. Cicerón y Hortensio, rivales acérrimos, aceptaban siempre los mismos casos, enfrentándose una y otra vez en los tribunales. En cada una de esas ocasiones Hortensio dejaba que Cicerón tuviera la última palabra, una estrategia que algunos opinan no era más que el reconocimiento a la maestría de su oponente, pero otros consideran premeditada.
En el caso del río se desconoce quién fue el vencedor, por lo que se suele considerar que el asunto quedó en tablas, y el agua siguió cayendo por la cascada de Marmore durante siglos, con el consiguiente inconveniente para Terni.
La caída del Imperio Romano de Occidente agravó el problema. El canal dejó de mantenerse y el pantano reapareció en Rieti. Hubo que esperar hasta 1422, en que se construyó un nuevo canal para restaurar el curso del río hacia la cascada, en el que se implicó el papa Gregorio XII y por eso se le conoce como Cavo Gregoriano o Cavo Reatino.
En 1589 otro papa, Clemente VIII, añadió una presa para regular el flujo. Pero las inundaciones del Nera en Terni continuaban. En 1700 Pio VI solucionó el problema definitivamente. Encargó los trabajos al arquitecto Andrea Vici que realizó un corte diagonal en el segundo salto de la cascada, desviando parte del agua y formando una catarata lateral, con el fin de aumentar la superficie de caída y disminuir la fuerza del impacto en el fondo del valle. Esa fue la última intervención y la que confirió a la cascada su aspecto actual.
Terni acabó por sacar provecho de un antiguo dolor de cabeza, usando desde 1896 la cascada en la generación de energía hidroeléctrica. Ello se hace regulando su caudal, por lo que no siempre es posible verla abierta al máximo de su capacidad.
Ese espectáculo queda reservado para unas horas determinadas (de 12 a 13 y de 16 a 17 horas), en que, previo pago de entrada, los visitantes pueden contemplarla en todo su esplendor desde dos miradores, uno al pie y otro sobre ella, probablemente los mismos sitios desde donde la divisaron Plinio, Cicerón, Leonardo da Vinci (del que se conservan los dibujos que hizo de la cascada), Galileo o Lord Byron, entre otros ilustres visitantes.