En 1992, el personal a cargo del parque de María Luisa de Sevilla recogió una pequeña incidencia que terminó sofocada por la euforia por laExposición Universal: una decena de cotorras de Kramer (Psittacula krameri) habían sido liberadas en los jardines. Los investigadores han podido trazar su origen hasta una pajarería hispalense, pero las versiones de los vecinos difieren: según unos, fueron las autoridades quienes soltaron a los ejemplares tras incautarlos; según otros, lo hicieron los propios dueños para librarse de un lote adquirido de forma irregular.
El parque de María Luisa es desde hace más de un siglo un tesoro arquitectónico y botánico, una floresta que se extiende a los pies de la Plaza de España y que acoge bajo el frescor de sus bóvedas arbóreas por igual a paseantes, estudiantes, turistas y el repicar de los coches de caballos. Pero también alberga la mayor de las colonias de nóctulo gigante (Nyctalus lasiopterus), el murciélago más grande de Europa y del norte de África. Y el exterminio que se está produciendo entre las ramas del primer parque urbano de Sevilla supone una alarma global, hasta el punto de que The New York Times haya dedicado un reportaje al ‘terror de alas verdes de España’.
El ‘terror de alas verdes’ no es otro que la cotorra: los diez ejemplares que alzaron el vuelo el mismo año que Curro daba la bienvenida a los visitantes a Sevilla no fueron los últimos liberados. Ahora son más de 2.000, una realidad similar a la de otras ciudades de España y de Europa, en la que esta ave es considerada una de las 100 peores especies invasoras en el continente. Las poblaciones de cotorras se han hecho fuertes desplazando a animales autóctonos como el nóctulo, clasificado como ‘especie vulnerable‘, en una guerra de conquista que tiene al parque de María Luisa como uno de sus escenarios más cruentos.
El recinto era hace unas décadas un santuario para los murciélagos: las hembras forman colonias en tiempo de cría, y acuden al parque, la principar foresta de la zona, buscando el refugio que ofrecen las cavidades de los grandes árboles a partir de marzo. Las madres tienden a ser constantes en su elección de cobijos, compartiendo nidos con hasta otras treinta hembras. Las crías nacen entre mayo y junio, y a partir de agosto la población se disgrega: algunos permanecerán en el parque todo el año mientras que otros no volverán hasta la próxima primavera.